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Texto de referencia: L. Giussani, ¿Se puede vivir así?, Ediciones Encuentro, Madrid
2008, pp. 297-301.
Gloria
Con este capítulo llegamos al final del recorrido que empezó con la fe y que tiene su
expresión última en la virginidad. A lo largo del trabajo hemos visto que no se puede
entender un paso sin haber comprendido el anterior, porque sólo desde ese origen que
está antes podemos entender el desarrollo de la experiencia. Si esto es verdad en cada
capítulo, en éste último es decisivo, porque si no hemos hecho experiencia de todo lo
anterior esto nos suena a chino. En la página 50 del libro Si può (veramente?!) vivere
così?, don Giussani dice una frase que resulta determinante, es la gran regla: «Sólo se
comprende aquello que se ha empezado a experimentar». Es imposible separar a don
Giussani de esto, porque él está plenamente convencido de que la realidad se vuelve
transparente en la experiencia, no en una explicación. Por eso sigue: «Sin embargo, si
no lo escuchamos decir, ni siquiera nos entran ganas de empezar a experimentar, ni
tampoco de pedir a Dios que nos haga empezar a experimentar [la finalidad de nuestro
hablar es poder experimentar, que nazca en nosotros el deseo de experimentar; no se
trata de sustituir nuestra experiencia, sino de alentarla]. Pero se comprende lo que, al
menos de forma inicial, hemos empezado a experimentar». El punto de partida es la
experiencia, que se puede resumir en esta pregunta: ¿Cuándo hemos hecho cada uno de
nosotros experiencia de la virginidad? Tenemos que mirar nuestra experiencia para
poder entenderlo, porque si no lo hacemos, nos basamos en las imágenes que creamos
en nuestra cabeza sobre lo que es para nosotros la virginidad, partimos de nuestros
prejuicios. Y esto, en vez de ser una ayuda, se convierte en una dificultad a la hora de
entender. Por eso don Giussani, en la página 300, pone el ejemplo de la Magdalena:
«¿Poseyó más a la mujer de la calle, a la Magdalena, Cristo, que la miró un instante
mientras pasaba delante de ella, o todos los hombres que la habían poseído?». ¿Cuándo
hemos hecho experiencia de esta posesión? Y después dice: «Cuando uno se acercaba a
veinte metros de Él, se veía traspasado por esa presencia y volvía a su casa llevando
dentro aquella figura que tardaba días en desaparecer». Uno hace experiencia de una
Presencia que se impone de tal modo que tarda días en desaparecer, que le cuesta hacer
que desaparezca. Si le preguntásemos a la Magdalena cuándo había hecho experiencia
de la virginidad, ella tendría que contar aquel episodio, si no, no lo entenderíamos.
Entonces, os pregunto a cada uno de vosotros y me pregunto a mí mismo: ¿Cuándo
hemos tenido una experiencia de este tipo? ¿Cuándo hemos experimentado la
imponencia de una presencia que nos ha costado olvidar, de una presencia que ha
determinado la experiencia de ser poseídos por algo que nos ha hecho experimentar algo
único, diferente?
He pasado todo este mes con una cierta inquietud por la aparente incapacidad de
afrontar estos dos capítulos. Ya dije la vez pasada que habría preferido saltármelos,
pero evidentemente, he hecho cuentas, y en este mes no ha sido fácil afrontarlos, es
más, no lo conseguía.
¿Veis? El punto de partida es erróneo. Le he pedido que saliese para que pudiésemos
entender el error de planteamiento. Todos nos hemos dicho alguna vez: «No soy capaz
de vivir así…». Lo sabemos, ¿es algo nuevo? ¿Os sorprende? No es que nos cueste: ¡Es
que es imposible! Así despejamos en seguida el campo…
¡Gracias!
Me sorprende que nosotros, en vez de partir de la experiencia, que es donde podemos
aprender qué es el cristianismo, partamos de donde no está, y después digamos que no
somos capaces. Es obvio. Si partimos en el cristianismo de algo que no existe, es
imposible que lo podamos generar nosotros, porque se convierte en otra cosa, lo hemos
reducido, hemos cambiado su naturaleza. Porque el cristianismo es lo que hemos dicho
de Juan, de Andrés, de Zaqueo: algo que se impone antes que cualquier consideración.
Pero nosotros cambiamos el punto de partida muchas veces: «No somos capaces».
¿Veis cómo nos cuesta, después del recorrido de estos dos años, cambiar el chip? No es
un reproche sino una ayuda para entender estas cosas, porque en caso contrario nos
seguimos equivocando y entonces decimos que el cristianismo es difícil. Porque esto no
es el cristianismo, es otra cosa.
Este mes he vivido un poco mal, hasta estos últimos dos días en los que era inminente la
Escuela de comunidad. He descubierto en mí sobre todo un sentimiento de
agradecimiento por este trabajo que no me abandona. Me he acordado de que en la
última Escuela de comunidad estaba sentado al fondo, y cuando leíste la carta de la
chica del CLU me levanté y me fui, porque no conseguía estar quieto, me sucedió algo
explosivo, no podía contener mi alegría. Entonces me dije: «Esto es lo que quiero para
mí, lo que más deseo». Y esa tarde habría sido capaz de hacer cualquier cosa,
cualquier cosa que me hubiesen pedido.
Ésta es la experiencia de la virginidad. Pero en todo este tiempo se ha visto superada por
el hecho de que no eras capaz de hacerlo. ¿Qué es lo que se impuso la otra vez leyendo
la carta? La experiencia de la imponencia de una Presencia, que le ha dado tal
sobreabundancia que no podía contenerse de la alegría. ¡Esto! Hasta el punto de que un
mes después se acuerda de ello. No lo puede generar él, pero lo puede experimentar
como el don de una Presencia que se impone tan potentemente que le hace experimentar
una sobreabundancia que le haría ser capaz de hacer cualquier cosa. Porque uno que ha
sido traspasado de esta forma, ¿cómo trata a la otra persona, cómo se relaciona con ella?
Aquí, para ayudarnos a entender este capítulo, tenemos que volver al de la pobreza,
porque en él don Giussani explica, de forma mucho más amplia, qué es lo que hace que
sea posible. ¿Qué es la pobreza? La distancia con respecto a una cierta posesión de las
cosas. ¿Qué es la virginidad? La distancia con respecto a una cierta forma de posesión
de las personas. ¿Está claro? Y dice (en la página 190): «La pobreza se nos revela como
libertad frente a las cosas porque es Dios quien cumple nuestros deseos y no algo
determinado en lo que te fijas». Tú puedes ser libre porque es Dios quien cumple. Al
tener esta experiencia de sobreabundancia, puedes ser libre. Y esta libertad lleva
consigo la semilla de la leticia. La virginidad es la pobreza en su nivel extremo, por lo
que puedes tratar las cosas con esta libertad porque no te falta nada. Si esto es decisivo
para tratar las cosas con esta libertad, ¡imaginaos qué experiencia hace falta tener para
tratar a las personas con la misma libertad, con la misma gratuidad, para poder mirarlas
por su destino y no por lo que vas a obtener a cambio! Esto no es posible sin Él, porque
quien ha introducido en el mundo esta libertad con relación a las cosas se llama
Jesucristo, y quien ha introducido esta libertad en la relación con las personas se llama
Jesucristo. Por eso es imposible hablar de esto sin hacer referencia a toda la experiencia
que don Giussani describe en los capítulos sobre la fe, sobre la esperanza y sobre la
caridad. ¿Qué significa libertad en las relaciones? Que la relación se apoya en algo que
permanece, es decir, sobre lo divino que permanece: la pobreza es afirmar a Otro como
significado de uno mismo (es lo mismo que dice sobre la caridad: nosotros sólo
podemos tener caridad hacia el otro por la experiencia de la sobreabundancia, de la
pasión del Misterio por nuestra nada, porque «te he amado y he tenido piedad de tu
nada»). Sólo podremos amar si estamos dominados por esta conmoción, si rebosa en
nosotros lo que hemos recibido. Por eso dice que la virginidad necesita de alguien que
reconozca el destino presente, que reconozca a Jesús, presente en la historia. El último
capítulo es la verificación de que hemos hecho este recorrido como un camino de
experiencia – a lo mejor alguno me podría contar ahora toda la lógica del texto, pero si
no se ha hecho carne, sólo puede soñar con esta experiencia, porque no es la
consecuencia de una lógica, aunque siga una lógica, sino de una experiencia que sólo Él
hace posible –. Gracias a esta experiencia imponente yo puedo relacionarme con las
cosas con esta Presencia en los ojos, dominado por esta conmoción. Sólo la irrupción de
esta Presencia me permite tener una relación verdadera con las cosas y con las personas.
Es Él quien lo hace presente, sin esto volvemos a la cantinela de siempre: «No soy
capaz, es imposible». Es imposible para quien no vive la experiencia cristiana. En
cambio, sí es posible como don, como gracia. ¿Con qué condición? Con la de vivir el
cristianismo como experiencia, no como discurso o como ética, como pensamiento o
como sentimiento. Pero, ¿cuál es la clave? Que hace falta una lealtad grande con nuestro
“yo”, con nuestro corazón, pues de otro modo es imposible.
Una cosa que me ha pasado me ha permitido darme cuenta de lo que nos has dicho en
el artículo de Navidad, y es que soy yo quien tiene necesidad del anuncio del
cristianismo y de anunciarlo, soy yo la que necesito ver cómo este prodigio entra y
responde en la vida, y necesito ver cómo también los demás toman una posición delante
de este hecho. A raíz de la caritativa conocimos a una mujer peruana, que empezó a
participar de nuestra caritativa y desde hace dos meses viene a la Escuela de
comunidad. Es sorprendente ver cómo ella, pegada a la pantalla, repite continuamente:
«Es verdad, es verdad». La última vez, cuando salíamos, nos dijo: «Yo también quiero
este libro que tenéis vosotros, yo también quiero poder volver a leer estas cosas». Al
día siguiente fui a despedirme de ella porque se iba a Perú, y me conmovió que ella
tenía todavía presente lo que había escuchado la tarde anterior.
Tenía presente lo que había escuchado la tarde anterior.
Había hablado con sus amigas y había invitado a una mujer que se encontró en la
peluquería a estos encuentros (no sabía ni siquiera que se llamaban Escuela de
comunidad). Y lo más sorprendente es que después, en un momento dado, me dijo:
«Pero dime, ¿qué es la Fraternidad? ¿Qué es el fondo común?», y yo, para
explicárselo, tuve que empezar desde el principio. Salí aquella noche que me temblaban
las piernas, porque me conmovió cómo me salían las palabras, cómo suscitaban la vida
y cómo yo (delante de esto que dijiste al final sobre la Fraternidad y sobre el fondo
común) ni siquiera las había escuchado, porque las daba por sabidas, y ha sido
necesario que ella me preguntara para que yo lo entendiese. El domingo fui a verla
porque volvía de Perú y fue una sorpresa aún mayor. Cuando ella se marchó, se llevó
el manifiesto de Navidad, nuestras fotos, contó a todos lo que ha encontrado aquí, lo
que hacemos. Yo le había llevado los apuntes de la Escuela de comunidad, y ella los
tradujo a la gente con la que estuvo. Después me dijo: «Mira, tengo un donativo, quiero
inscribirme en la Fraternidad».
¿Qué experiencia hay detrás de todo esto? La imponencia de una Presencia que hace
posible que puedas relacionarte así, de tal manera que no puedes no contárselo a todo el
mundo. Pero lo que me conmueve de lo que has contado es que tú percibes el alcance
del testimonio de tu amiga peruana por la necesidad que tienes de este testimonio. Por
ejemplo, una persona me decía: «¿Y qué me importa a mí El Cairo? ¿Qué tiene que ver
con mi vida?». Y digo: ¿Cómo es posible que tengamos esta dificultad para percibir lo
que sucede, la diversidad, la excepcionalidad de lo que sucede? Porque lo que ha pasado
en El Cairo es algo tan excepcional, está tan lejos de nuestras previsiones, de nuestros
proyectos, que uno puede decir: «¿Qué tiene que ver conmigo?» solamente si no
entiende, porque la realidad se reduce a la apariencia. Y a través de esta mujer peruana,
a través de lo que ha sucedido en El Cairo, ¿qué es lo que se hace presente? La
contemporaneidad de Cristo, que hace posible que la vida sea diferente. Pero si
decimos: «Ya lo sabemos», nos lo perdemos todo. Fijaos en cambio qué diferencia con
la mujer peruana. Si no nos sucede esto a nosotros, que hemos hecho un camino en la
vida del movimiento, quiere decir que lo que sabemos es como una jaula que nos
impide entender. Por eso necesitamos una educación en el sentido religioso – y por eso
empezamos la nueva Escuela de comunidad –, pues, de otro modo, no tenemos la
sencillez de esta mujer que capta en seguida el significado. ¿Lo veis? Ni siquiera sabía
lo que era la Escuela de comunidad pero no ha podido evitar que haya sido más
determinante para la vida que cualquier otra cosa, tanto como para llevársela a Perú y
contárselo a todos, traducirla… todo.
Una compañera del doctorado, con la que estoy preparando un artículo que contiene
entrevistas a los chicos de Cometa cambiados después de ir al colegio, tenía en la
memoria lo que había sucedido en esa experiencia. Este hecho me ha provocado
mucho, porque yo tenía algunos problemas cuando tú hablabas del hecho y de la
interpretación. Esto que sucedió con ella, esta amistad que está naciendo, me ha hecho
entender un poco mejor y querría que tú me corrigieses. El hecho. He pensado que
estar delante del hecho significa estar con toda la estatura humana, y por lo tanto con
todas nuestras exigencias. Esto significa estar de forma virginal: es una metamorfosis,
como si uno, en un momento dado, mirase el mundo y lo viese de pronto en tres
dimensiones en vez de en dos. Hablando con ella brotaban todas estas consideraciones,
era un cambio de mentalidad. La interpretación no es negativa en sí, pero es un factor
secundario. Uno parte de su propia historia, de su propia cultura, de su forma de ser,
no es que no haya una interpretación al estar delante de los hechos. El punto es que es
mucho más significativo, más consistente este otro aspecto de la transformación, de
cómo ves las mismas cosas. Seguramente ella no se ha detenido en la apariencia,
porque tiene en el corazón esto, pero es como si en el fondo no consiguiese darle un
nombre.
¿Y por qué sucede de esta forma? ¿Por qué, delante de un hecho, algunas personas
perciben una cosa y otras se quedan en la apariencia?
Yo creo, en este caso específico, que es una cuestión de libertad, porque es como si ella
quisiese quedarse en los frutos y no quisiera ver el origen.
Los mismos hechos siempre tienen una interpretación. Si veo a dos personas en el metro
– he puesto este ejemplo a menudo – que se dan un regalo que he visto en un “Todo a
cien”, puedo decir: «El amor entre estas personas sólo vale un euro», o: «Estas
personas, a través de este gesto, se dicen cuánto se quieren». El hecho es el mismo.
Delante de los milagros de Jesús uno decía: «Lo ha hecho con el poder de Dios», y el
otro: «Lo ha hecho con el poder del diablo». El hecho, precisamente porque es un signo,
requiere el uso de la libertad, y por eso la libertad se expresa – dice don Giussani – en la
interpretación del hecho. La cuestión es cuál de las dos interpretaciones da más razones
de todos los factores del hecho, de todos los elementos del hecho. Si tú le das a la
persona amada un regalo que vale un euro, esto no quiere decir que te quedas en el valor
monetario del regalo: «Te quiero, a través de un euro y a través de un millón de euros».
No es cuestión de precio, es un signo a través del cual te digo cuánto te quiero. Por eso
es falso pararse ante el valor monetario, porque se da una interpretación reducida del
hecho. No porque no haga falta una interpretación, no, pero la interpretación que estás
dando reduce la experiencia que estoy haciendo yo, por eso no me siento comprendido.
La cuestión es, ¿qué es lo que te permite no reducir el hecho a una interpretación a
veces tan mezquina? Tener una sencillez que permita entender el alcance de lo que está
sucediendo. Por eso es necesario contraponer el hecho a una interpretación del hecho
que no sea capaz de dar razones adecuadas de todos los factores del hecho. Tienes que
desafiar a tu amiga en este punto: una interpretación como la que da ella, ¿es capaz de
dar razones de todos los factores? Y aquí empieza el diálogo. Por eso no es una censura,
sino el inicio de una aventura, de un diálogo: «¿Y esto? ¿Esto cómo lo explicas? ¿Cómo
lo explicas?». Eso da pie a que el otro empiece a percibir todos los factores que lo
separan de una posible interpretación más adecuada del hecho. Una interpretación más
grande generada por la propia experiencia puede ayudar a la otra persona a hacer este
recorrido; depende de ti.
De todas formas, me siento preferida, porque me ha elegido. La otra cosa que quería
decir es sobre la cuestión del ciento por uno. Cuando una persona sufre mucho porque
se siente censurada respecto a esto que decíamos… Por ejemplo, yo di el manifiesto
sobre la crisis a mi familia de origen, y se desató una enorme discusión. Me preguntaba
si incluso cuando suceden estas cosas (yo he sufrido muchísimo y sufro mucho por esta
situación) se puede decir que es el ciento por uno, porque quiere decir afirmar el deseo
de que una relación sea verdadera, sea transparencia de lo eterno.
Claro que sí. La única cosa es que entiendas que este testimonio, a veces, puede no ser
entendido por el otro. Don Guissani habla aquí del ciento por uno de forma distinta –
esto es algo que no quiero dejar pasar –. Nosotros imaginamos el ciento por uno en la
cuestión de la virginidad «como una expansión de la instintividad». Cien veces lo que
tenemos en la cabeza, no cien veces lo que es verdadero. Éste es un error común, porque
muchas veces decimos: «Esto no me corresponde, no corresponde con la promesa que
ha hecho del ciento por uno», porque no corresponde con mi imagen, en la que he
reducido el ciento por uno a una expansión de la instintividad. Pero esto significa estar
atrapados en esta situación, y esto no corresponderá nunca con la exigencia del corazón;
tú puedes inflar una cosa todo lo que quieras, pero no por eso corresponde. El ciento por
uno es otra cosa, es algo diferente, supone la entrada de algo nuevo en la experiencia
humana; no es una expansión de lo que intentamos experimentar, es algo más, que
corresponde mucho más que cualquier imagen que nos podamos hacer.